El surgimiento de la familia nuclear en México
En el campo de la historiografía en nuestro país, el estudio de la familia es nuevo y se ha presentado más bien subsumido al análisis de otras problemáticas, como ha indicado Gonzalbo[1]. Más aún, el estudio de su desarrollo histórico ha sido poco receptivo a los parámetros que han orientado los debates en el plano internacional, de tal forma que la tesis sobre la nuclearización de la familia ha sido asumida en forma parcial y superficial. En parte, lo anterior se debe a que es un campo nuevo, a la escasez y a la dispersión temática de las investigaciones que se han desarrollado y a la dificultad de contar con fuentes que den cuenta de dicho proceso. A estas dificultades debe agregarse, sin embargo, otra que consiste en la dificultad de incorporar un marco conceptual que guíe la organización de la información y que sirva como parámetro interpretativo. En efecto, muchas de las investigaciones que se han desarrollado concentran sus esfuerzos sobre todo en la descripción y adolecen de un marco interpretativo.
Además, en el estado actual de la investigación no podemos elaborar una historia del desarrollo de la familia en nuestro país, pero consideramos que sería muy fructífero intentar reconstruirla con los conocimientos que se tienen, retomando como marcos analíticos las tesis y los debates que se han planteado en el debate internacional así como también las tres dimensiones indicadas.
Con base en las fuentes disponibles, los estudiosos han reconstruido distintos aspectos sobre la estructura familiar, sus relaciones internas y las de parentela en distintos momentos históricos. Para la época prehispánica, sin embargo, la escasez de fuentes al respecto no nos permite profundizar en ellas, de manera que sólo podemos describir algunos de sus rasgos más importantes. Un aspecto central que hay que considerar cuando se analizan la familia y las formas de estructuración del parentesco en la época prehispánica es que las relaciones de parentesco no eran conceptualizadas bajo el término de familia. Éste es un hecho que ha sido documentado en distintos momentos[2]. La concepción de la familia parece haberse dado más en términos de corresidencia —cemihualtin, los de un patio—, como sostiene McCaa[3], que de las relaciones centradas entre padres e hijos y parientes. Se puede, entonces, hablar del término familia aplicado a esta cultura siempre y cuando se tenga presente que era básicamente concebida como relaciones de corresidencia y en donde la cooperación económica era muy importante.
Los documentos en náhuatl analizados por Carrasco[4], tanto para el caso de Molotla como para el de Tepoztlán, muestran la importancia de los hogares y/o familias conjuntos en el México antiguo, aunque los hogares nucleares también tenían una presencia muy importante. En los hogares conjuntos se puede apreciar claramente que las relaciones estrechas, por el lado paterno entre hombres, son con mucho la base más común de la residencia conjunta de dos o más parejas casadas, es decir, la patrilocalidad constituye una pauta importante que orienta el proceso de formación de las familias.
El estudio de Carrasco sugiere, entonces, que la estructura familiar extensa y compleja se presentaba en forma frecuente en la época prehispánica, en el centro del país, y estaba estrechamente ligada a la configuración y al funcionamiento del calpulli desarrollando funciones sociales y económicas importantes. En consecuencia, su estudio parece apoyar la tesis de que, en la época prehispánica, las pautas de estructuración del parentesco y de la familia tendían a la formación de grupos más amplios y de que el parentesco constituía un principio de organización social importante.
En cuanto al tipo de relaciones familiares que era característico de esta sociedad, contamos con escasas fuentes que nos brinden información precisa acerca de los rasgos que asumían. No obstante esta limitación, existen algunos estudios que describen la situación que encontraron los españoles a su llegada a América. A través del análisis de la ideología sobre la sexualidad, es decir, de los valores, las creencias y las prácticas que se presentaban entre los antiguos nahuas del altiplano central, podemos aprehender algunos de los rasgos de las relaciones familiares. López Austin[5] ha señalado que dicha ideología reforzaba de manera decidida la cohesión familiar. Pero no se trata solamente de la cohesión de la familia elemental —conformada por padres e hijos— sino que comprende a más unidades domésticas. El establecimiento de alianzas, la distribución por linajes de obligaciones, competencias y derechos y la organización de la autoridad grupal eran reforzados por los valores en torno a la sexualidad. En correspondencia con lo anterior, la endogamia era fuertemente defendida. Dentro de la familia elemental, las relaciones familiares estaban estructuradas sobre la base de la división de los sexos y de las edades; la ideología sexual tendía a reforzar la autoridad paterna casi absoluta sobre los hijos, de tal forma que el margen de decisión de estos últimos se encontraba seriamente limitada. En este sentido, la cohesión familiar no dejaba espacio para la libertad individual y los intereses del grupo y de la comunidad ejercían un predominio. Había, además, una serie de valores, creencias y normas que muestran que uno de los valores centrales de los antiguos nahuas fue la constitución de una firme unidad doméstica, la familia monogámica estable[6].
Otra fuente de la cual pueden desprenderse algunos rasgos de las relaciones familiares eran los “discursos antiguos” o huehue-tlatolli, a través de los cuales se inculcaban valores morales; eran consejos que daban los padres a sus hijos sobre la sexualidad, el matrimonio y las buenas costumbres. En ellos se enseñaba la moderación en la vida sexual, la sumisión de las mujeres a sus hombres —maridos, padres y suegros—, la aceptación de su situación desventajosa dentro del matrimonio, la concepción del matrimonio en estrecha vinculación con la reproducción y la procreación y no con el goce sexual. A los jóvenes también se les inculcaba respeto, obediencia silenciosa y sumisión a los mayores; en estos discursos, se exhortaban las buenas costumbres, la castidad y el respeto a los mayores; se recomendaba dedicarse al trabajo y a los deberes familiares y se exigía la sumisión a la voluntad de Tloque Nahuaque[7]. De estos discursos se desprende que las relaciones familiares estaban estructuradas sobre la base de fuertes diferencias de la edad y el sexo, y que fomentaban a toda costa la cohesión familiar.
Con la llegada de los españoles, las relaciones de parentesco y la organización familiar sufrieron fuertes modificaciones. Especialmente durante el siglo XVI se presentó una serie de epidemias y cambios en la forma de organización del trabajo y de la tenencia de la tierra que, de acuerdo con Malvido[8], fueron desintegrando las formas de organización indígena de la familia. Sin embargo, más que desintegración se presentó una desestructuración, la cual estuvo ligada, en parte, al proceso de “conversión” de los indígenas al catolicismo y a la asunción de los preceptos religiosos que regulaban la vida familiar.
Pero también se presentaron otros factores de desestructuración de la familia indígena. Dos epidemias durante el siglo XVI fueron la causa de lo que se ha llamado el despoblamiento en el México central, reduciendo en un 90% a la población indígena[9]. La sostenida mengua de la población indígena en el resto del siglo XVI y primeros decenios del XVII llevó a una reorganización más radical de las sociedades indígena y española de México. Los españoles crearon grandes latifundios cuya mano de obra la proporcionó un nuevo sistema, el del peonaje, en vez de aplicar el anterior de exigir levas de mano de obra a los pueblos indígenas. Este sistema, que ligaba a los trabajadores con el patrón mediante un vínculo permanente y que los radicaba en la hacienda o taller del amo, extrajo para siempre a los nativos de sus poblados originales. Los pueblos indígenas perdieron así una cantidad importante de miembros lo que tuvo repercusiones muy importantes en la configuración de las familias indígenas, puesto que obstaculizaba el establecimiento de uniones, fueran legitimadas o no por la Iglesia y produjo una fragmentación de los hogares. En consecuencia, se produjo también un debilitamiento de los elementos que reproducían la identidad cultural y étnica, así como también los vínculos que reforzaban la cohesión del núcleo y con otros grupos de parentesco. La configuración de linajes así como de relaciones de parentesco más amplias se vieron así mermadas con estos fenómenos. No fue sino hasta finales del siglo XVII cuando se inició la recuperación de la población indígena[10].
De lo anterior, podemos concluir que la familia indígena en el periodo prehispánico y primeros decenios de la colonia tendió a presentar proporciones considerables de estructuras extensas, que el tamaño de los hogares era mayor y que las relaciones de parentela tenían una presencia y un peso muy importantes. La configuración de este tipo de estructura familiar obedecía a ciertas reglas en la formación de las familias, de acuerdo con las cuales los nuevos matrimonios o uniones mantenían la residencia en casa de los padres, generalmente de tipo patrilocal, y después de unos años, una vez que obtenían el reconocimiento de la comunidad y tenían acceso a su propia parcela de tierra, se establecían independientemente[11]. Pero se trataba de una independencia relativa puesto que los vínculos con la familia de origen (es decir, las relaciones de parentela) eran fuertes y ello se expresaba de distintas maneras. Cuando establecían su propio hogar lo hacían en el mismo patio, solar o cerca del hogar de los padres, mantenían relaciones de trabajo conjunto al labrar la misma tierra y mantenían fuertes lazos de sujeción a través de la autoridad que ejercía el padre con respecto de ellos. En otras palabras, las relaciones familiares que se generaban al interior reforzaban la configuración de estructuras familiares extensas. Éstas se caracterizaban por una fuerte cohesión, por el mantenimiento de vínculos de dependencia o de control de distinto tipo por parte de los hijos respecto a los padres, en especial con el jefe de familia, y por un margen de acción y de elección individual casi nulo, lo cual se expresaba, por ejemplo, en la ausencia de la libertad de elección del cónyuge y en la práctica común del arreglo matrimonial. La relación que se establecía entre estructura, relaciones familiares y relaciones de parentela era muy clara y respondía a su vez a un tipo de sociedad particular en la cual la relación con la tierra constituía uno de sus ejes organizativos. En efecto, las posibilidades de sobrevivencia de un individuo fuera de este sistema eran muy limitadas. El individuo debía asumir la dependencia económica y social con respecto al jefe de familia para poder salir adelante en dicha sociedad.
Varios autores, entre ellos Malvido[12] y Gonzalbo[13], han señalado que a partir de la conquista y de la evangelización la familia indígena redujo su tamaño y desarrolló una tendencia hacia la nuclearización. En efecto, hemos señalado cómo las epidemias, el establecimiento del peonaje, las migraciones, la erradicación del núcleo familiar, así como la difusión de la venta de la fuerza de trabajo fueron factores que erosionaron los vínculos de dependencia que daban sustento a este tipo de familia. Pero, ¿cómo se expresó este proceso de nuclearización en las tres dimensiones que hemos indicado y qué significado tuvo en términos del surgimiento de la familia nuclear conyugal moderna?
La primera dimensión: la estructura familiar durante la colonia
Desde el punto de vista de la estructura familiar, se han elaborado varios estudios para distintas regiones del país que señalan una disminución general en el tamaño de los hogares con respecto al mayor tamaño —ocho en promedio— que registraban a inicios de la colonia. Esta disminución se presentó especialmente entre la gente “sin razón” y en las regiones del centro del país. Borah y Cook[14] han señalado que el tamaño promedio de las unidades domésticas era más elevado en el norte y en los grandes pueblos, que en el sur y en el centro. Éste fluctuaba aproximadamente entre cuatro y seis miembros.
Pero el tamaño de los hogares variaba de acuerdo no sólo con la región del país, sino también con el origen étnico o con el estatus ocupacional del jefe de hogar. De esta forma, el tamaño era mayor, en general, entre la gente “de razón” y la población mezclada—pardos, mulatos y negros— que entre los indígenas[15]. Los hogares también tendían a ser más grandes si el estatus ocupacional o social del jefe del hogar era más alto[16].
El tamaño de los hogares nos proporciona un elemento importante en la determinación de la estructura familiar, pero en sí mismo no nos informa acerca de ella. La variable decisiva para dicha definición está constituida por la composición de parentesco, que es la relación de parentesco que guardan los miembros del hogar respecto del jefe. Por consiguiente, para determinar el proceso de nuclearización hay que considerar esta variable. Aquí, como también en los registros acerca del tamaño de las familias, encontramos diferencias importantes. Varios estudios han reportado la creciente presencia de la estructura nuclear en diferentes regiones del país, a finales del siglo XVIII[17]. Sin embargo, el proceso de nuclearización tendió a presentarse más entre los indios, mestizos y pardos. Entre los españoles y criollos, en cambio, era más común la estructura de familia extensa.
Los datos anteriores nos permiten realizar algunas puntualizaciones. Una primera cuestión es que el proceso de nuclearización de la familia en nuestro país no fue producto de un proceso de industrialización o del desarrollo de las instituciones modernas. Al igual que las investigaciones que rebatieron en Europa la tesis sobre la nuclearización ligada al desarrollo de la sociedad moderna, en nuestro caso es claro que el surgimiento y la difusión en forma creciente de la estructura nuclear estuvo ligada a otros procesos que tienen que ver —como se indicó anteriormente— con el desarrollo de un proceso de despoblamiento y de transformaciones sociales muy importantes.
Un segundo aspecto que es necesario señalar se refiere a la idea difundida de que, con la conquista, los españoles implantaron el modelo occidental de familia nuclear[18]. A la luz de la información de que se dispone, esta idea debe ser matizada. Muchos autores[19] han establecido que tanto el tamaño como la composición de parentesco de la elite española y criolla configuraban familias extensas o complejas. Aunque entre algunos indios —generalmente de la escala social superior— se presentó una tendencia a asumir o “imitar” los patrones de formación de las familias —como lo indica Gonzalbo[20]—, ésta no fue una pauta generalizada. Por consiguiente, resulta inexacto establecer que el modelo español de formación de familias implantó y difundió de manera extensiva el modelo de familia nuclear conyugal en la sociedad colonial. De las investigaciones revisadas resulta claro que los españoles llegaron con una serie de pautas sociales y culturales sobre la formación y conformación de la familia que siguieron reproduciendo, en términos generales, a lo largo de la colonia. Entre este grupo étnico, el proceso de nuclearización se presentó en forma más tenue. El impacto que tuvieron dichas pautas en la sociedad fue limitado e influyó diferencialmente en ciertos grupos sociales. Por otra parte, debemos considerar otro elemento relacionado con el régimen matrimonial que prevalecía en la península ibérica al momento del contacto con el mundo americano. La sociedad española de entonces no detentaba un régimen matrimonial tardío, con altas tasas de celibato, un rasgo que ha sido asociado al desarrollo de la cultura capitalista[21]. Tampoco era característico de dicha sociedad ese tipo de mentalidad. En el siglo XVI, en Andalucía, Extremadura y las Castillas, lugares de proveniencia de la mayoría de los conquistadores, prevalecía un régimen en donde el matrimonio era casi universal para las mujeres, tanto cristianas como moras, y sucedía a la edad relativamente temprana de 19-20 años. Aunque al lado del matrimonio se presentaron otros patrones de unión, como el amancebamiento, la barraganía, el rapto y la fuga, éste fue el modelo normativo que trató de implantar la Iglesia católica. De la misma manera, en la sociedad amerindia prevaleció un régimen matrimonial universal y de temprana edad —alrededor de los 15 años para las mujeres y de los 16 o 17 para los varones[22]—. En ambas sociedades había similitudes, entonces, en cuanto al régimen matrimonial, pero éste no estuvo asociado a la formación de la familia nuclear conyugal moderna. Más aún, a pesar de esta semejanza, ambas presentan diferencias en cuanto a los patrones culturales de formación de las familias y de sus relaciones internas.
Lo anterior apunta hacia un tercer aspecto que es necesario plantear y que se refiere al carácter y al tipo de relaciones familiares que se desarrollaron en el periodo colonial entre los distintos grupos sociales. Si la estructura familiar española fue predominantemente extensa, si las pautas del régimen matrimonial no eran las que han sido asociadas con el surgimiento de la familia nuclear moderna, podemos preguntarnos qué tipo de relaciones familiares se desarrollaron durante la colonia y si éstas presentaron tendencias hacia la modernización.
Un último aspecto que hay que considerar cuando se analizan los tipos predominantes de estructura familiar que se presentaron durante la colonia es el que se refiere a la neolocalidad. Como vimos, en el análisis de los debates internacionales sobre el surgimiento de la familia nuclear, éste es un aspecto central pues denota una mayor individuación de la estructura familiar nuclear y constituye una manera en que se da la formación de las familias. La formación de la estructura nuclear refiere así a un mayor espesor que el mero tamaño y la composición de parentesco. Significa que su estructuración está basada en fuertes elementos que fomentan el individualismo, lo cual se expresa en la libertad de elección del cónyuge, en la autonomía económica, en que la pareja asume desde el punto de vista social y cultural que debe mantenerse económicamente; ello se expresa en la formación de un nuevo hogar al momento de la unión y, en ese sentido, en la independencia respecto de la familia de origen, la parentela y la comunidad. Este aspecto ha sido escasamente tratado por la literatura, pero existen indicios de que la neolocalidad se presentó de una manera parcial y no tanto como una pauta importante en la estructuración de los núcleos familiares. De esta manera, a pesar de que podemos inducir que la Iglesia fomentó en algún sentido la neolocalidad al favorecer la libertad de elección del cónyuge y mayor libertad del individuo respecto de las dependencias parentales y comunitarias, la neolocalidad fue una pauta más entre las otras que se presentaron. Entre los españoles tenemos pocos datos que describan en qué medida y con qué profundidad se presentó la neolocalidad y más bien la tendencia parece haber sido la formación de estructuras extensas y de gran tamaño. Por su parte, la literatura ha descrito la forma en que entre los grupos indígenas las parejas jóvenes recién unidas o casadas iban a casa del padre del novio a vivir por algunos años antes de formar su propio hogar. Es decir, la patrilocalidad descrita como una pauta vigente desde la época precortesiana continuó presentándose durante la colonia y todavía hasta nuestros días, aunque en menor medida. De esta manera, aunque entre los grupos indígenas se registró una nuclearización de la estructura, desde el punto de vista social y cultural esta pauta no fue asumida en estos términos. La individualización fue un elemento que tuvo una presencia parcial y el individualismo no fue una pauta generalizada asumida en el comportamiento de los individuos.
Las relaciones familiares durante la colonia
Ya hemos señalado que las pautas que caracterizaban el modelo de formación de familias en la España del siglo XVI no constituyen un factor explicativo de la creciente presencia de la estructura familiar nuclear en la Nueva España, sino que éstas deben buscarse en los procesos que se presentaron a lo largo de los dos primeros siglos de la colonia. Sin embargo, además de ellos debemos incluir otro que ya hemos mencionado y que tuvo un gran impacto cultural, además de que jugó un papel decisivo en la transformación de las relaciones familiares: la evangelización y el papel de la Iglesia católica. Este elemento fue el que aportó mayores modificaciones tendientes a la configuración de relaciones familiares de tipo moderno. Es necesario resaltar este hecho puesto que ha sido común la idea de que la Iglesia católica ha sido una institución que ha favorecido y apoyado pautas de organización tradicional. Y en alguna medida así ha sido, pero es importante analizar sus acciones y el sentido que tuvieron para poder establecer en qué medida éstas apoyaron pautas tradicionales o modernas. Como se verá, es interesante observar que las acciones de la Iglesia tuvieron distintos efectos, algunas tendieron hacia la modernización y otras a la consolidación de pautas tradicionales.
Las nuevas leyes sobre esponsales y matrimonio generadas por el Concilio de Trento tuvieron muchos efectos en los modelos novohispanos. Para poder precisarlas, necesitamos analizar cuáles eran los ritos de esponsales y matrimonio practicados en las colonias ibéricas y en la Europa católica. Lavrin[23] establece que la palabra casamiento era la clave para iniciar las relaciones regulares o irregulares entre los hombres y mujeres de la colonia. La palabra casamiento, como contrato de enlace entre individuos, era un ritual medieval español que aparece descrito en las Siete Partidas. Ellas sintetizan las distintas interpretaciones dadas a este ritual por los canonistas Graciano y Lombardo en el siglo XII. La iglesia unificó las posturas de ambos teólogos en 1179, cuando el Papa Alejandro III aceptó la promesa de matrimonio en el futuro como una unión no consumada. Si se daba la unión carnal antes de la promesa futura, con o sin la intervención de la Iglesia, el matrimonio era consumado y valedero. Las promesas verbales eran revocables, siempre y cuando no hubiera habido relación sexual. En esta concepción, por lo tanto, la unión física jugaba un papel central. En las Siete Partidas se confería además autoridad a los obispos para obligar a quienes se habían desposado para que cumplieran su palabra si la habían dado con consentimiento mutuo, aunque no hubiese habido testigos[24].
De acuerdo con Lavrin[25], el Concilio de Trento dio el último paso en la reglamentación del matrimonio al establecer un ritual definitivo de matrimonio, que requería de testigos y de un sacerdote para celebrar la ceremonia. Esta conceptualización sobre la palabra “casamiento” y la reglamentación sobre el matrimonio tuvieron efectos importantes en la Nueva España, al difundirse algunas de las características del ceremonial peninsular y, sobre todo, su intención fundamental de dar validez a los desposorios como el inicio del matrimonio[26].
En efecto, la instauración del matrimonio católico bajo esa conceptualización fue un proceso que a menudo generó el efecto contrario, es decir, la difusión de uniones no legitimadas. Con la promesa de matrimonio, avalada por la Iglesia, las prácticas de la seducción, del concubinato y del amancebamiento encontraron un terreno fértil. Lo anterior se advierte cuando se analizan las demandas presentadas en los tribunales eclesiásticos por incumplimiento de promesa de matrimonio[27]. La intención de la Iglesia de instaurar el matrimonio católico tuvo, así, efectos paradójicos. La promesa de matrimonio coadyuvó al desarrollo de una dinámica emocional en la práctica del cortejo que contribuyó a la difusión de uniones consensuales o informales, al encubrimiento de la poligamia y la bigamia y, como consecuencia de ello, a la producción de las más altas tasas de ilegitimidad que se registraron durante la colonia. Estos fenómenos se presentaron más en las regiones hispanizadas y urbanas que en las rurales e indígenas, en donde las tasas de ilegitimidad fueron mucho menores[28].
Otro aspecto sobre la reglamentación católica del matrimonio que tuvo efectos muy importantes fue el peso que se le otorgó al consentimiento. Si el matrimonio debía ser la expresión del deseo de la pareja o si tenía que responder a la voluntad de intereses de los padres y la familia, fue algo muy debatido desde la Edad Media y siguió siendo un punto muy importante en la Nueva España. El teólogo Graciano estableció el principio de consentimiento y el libre albedrío para contraer matrimonio, y declaraba su anulación ante cualquier clase de coerción. La pareja era libre de concertar y llevar a cabo el matrimonio mediante la promesa mutua y/o la subsecuente unión carnal. El Concilio de Trento no modificó la idea sobre la necesidad del consentimiento mutuo, que permaneció como uno de los pilares del matrimonio cristiano en la Iglesia católica[29]. Sin embargo, al defender la libertad de elección del cónyuge, la Iglesia prácticamente alentó la difusión de la seducción, el rapto y la fuga. Asimismo, ello introdujo pautas importantes de individualización al debilitar la injerencia de los intereses comunitarios y familiares en la formación de las uniones. Éste es un aspecto interesante y que merece ser resaltado puesto que teóricamente se esperaría que la Iglesia apoyara la conformación de formas de organización familiar tradicionales; lo que muestra este fenómeno es que propició la difusión de tendencias modernizadoras a través del apoyo que dio a tendencias individualizantes. De la misma manera, en este proceso, las instituciones que generalmente son vistas como portadoras de pautas modernizantes —es decir, el Estado— jugaron un papel contrario al apoyar a las instituciones tradicionales. Así, mientras la Iglesia generó pautas individualizantes, las leyes civiles siguieron reconociendo los intereses de la familia y del Estado, al otorgarles mayor poder a los padres en el arreglo matrimonial. Posteriormente, las reformas hechas a la ley española en 1776 y 1803 estuvieron dirigidas a fortalecer el control de los padres sobre el matrimonio, exigiendo el permiso paterno escrito para que las promesas de matrimonio de jóvenes menores tuvieran valor legal; pero también fortaleció el poder del varón en el cortejo y en el convenio nupcial. Esto se realizó privando a las mujeres de sus derechos a interponer demandas por ruptura de promesa y por seducción. Con tales reformas, el apoyo al libre albedrío que dio la Iglesia se vio menguado[30].
Estos aspectos de la reglamentación del matrimonio incidieron sobre todo entre la población española, criolla y mestiza, así como también en las zonas más urbanizadas. Pero entre los indígenas la influencia de la Iglesia católica en la conformación de las relaciones familiares, en particular en las uniones y el matrimonio, tuvo otros efectos. Uno que merece especial atención fue la prohibición de la poligamia —que afectó principalmente a la nobleza— y del matrimonio entre parientes dentro de los primeros dos grados. Estas reglas abolieron, en consecuencia, el levirato, importante costumbre según la cual una viuda, junto con sus hijos, pasaba a ser mujer adicional del hermano de su difunto marido[31]. Ello repercutió en las formas tradicionales en que se formaban las uniones que seguían pautas de un sistema de parentesco más complejo y amplio que aquel contemplado por el matrimonio cristiano. De la misma manera, la defensa del libre albedrío en la elección de la pareja contravenía la usanza según la cual la familia y la comunidad intervenían en el proceso de formación de las familias. El resultado más importante de estas medidas fue que se inició un proceso tendiente al acotamiento de los vínculos de parentesco más amplios y de los vínculos comunitarios en la formación de las familias y la tendencia hacia la formación de grupos familiares más restringidos que gozaban de una mayor autonomía con respecto a la red de parentela y comunitaria. Estas medidas apuntaban, en síntesis, hacia un mayor grado de individualización no sólo por parte de los individuos —libertad de elección del cónyuge—, sino también del núcleo familiar con respecto a la red de parientes.
En este sentido, el cristianismo —como sistema de valores— fue un elemento que promovió un nivel de secularización al fomentar una visión de la persona fundada en su libre albedrío, cuyo destino dependía de sus propios actos y no de fuerzas sobrenaturales. En este sistema, el indígena estaba aislado del conjunto de fuerzas sobrenaturales o de las relaciones sociales tradicionales que lo rodeaban: el destino, la intervención o el enojo de un dios, las prácticas de un brujo o la envidia de un vecino dejaban de ser factores explicativos de la conducta del individuo. Éste se encontraba solo frente a Dios y era responsable de sus actos[32].
Resulta difícil evaluar hasta qué punto los indígenas asumieron de manera profunda una concepción individualista, así como tampoco podemos establecer con precisión el impacto que tuvieron las tendencias individualizantes. Los estudios realizados hasta ahora parecen concordar en que los indígenas asumieron dicha concepción individualmente en algunos aspectos pero en otros fue parcial, superficial y con resistencias, y buscaron la manera de preservar muchas de sus prácticas y creencias.
La asunción del matrimonio cristiano presentó fuertes resistencias dentro de la clase dirigente o noble, en la que era común la poligamia. Entre los macehuales, en cambio, se difundió más rápidamente pero la aceptación se dio más bien de manera superficial, como sumisión exterior a principios impuestos. Dado que entre ellos las uniones monogámicas eran comunes, su regularización a través de la ejecución del rito cristiano no significó un abandono de sus prácticas. Los indígenas, en efecto, se casaron bajo las leyes de la Iglesia, pero la adopción de dicho comportamiento no implicó una aceptación profunda de la concepción cristiana, sino una manipulación con el fin de adecuarla a sus principios[33]. De esta forma —como indica Gruzinski— no entendían, por ejemplo, los ritos nupciales y suponían que el matrimonio no era la expresión del consentimiento ni un compromiso, sino el recibimiento de la bendición nupcial. En general, el momento más importante para ellos no era la ceremonia religiosa sino los esponsales[34].
El matrimonio cristiano introdujo, así, pautas individualizantes pero no logró desarraigar las costumbres y las concepciones nativas. Todavía a finales del periodo colonial —y hasta entrado el siglo XX— en las comunidades rurales predominaba un comportamiento familiar propio, en el que se imponía la autoridad paterna, las familias intervenían en la elección del cónyuge, la mediación de las casamenteras seguía siendo común y se respetaban las lealtades de parentesco[35]. Asimismo, persistía la patrilocalidad como pauta en la formación de las familias por lo cual la neolocalidad en el sentido social y cultural, que hemos mencionado anteriormente, se presentó de una manera parcial. La patrilocalidad revelaba la persistencia de formas de estructuración familiares más tradicionales.
Gruzinski[36] ha indicado que esta nueva concepción sobre el matrimonio fomentaba la intimidad conyugal, intensificaba la comunicación espiritual y afectiva entre los esposos, tendía a establecer una reciprocidad y paridad en cuanto a las relaciones sexuales en el matrimonio y promovía los deberes de los padres con respecto de sus hijos, y viceversa. Esta hipótesis tiene consecuencias conceptuales muy importantes que es necesario indicar y matizar. Supone que dicha concepción vincula la configuración de un tipo de familia nuclear con ciertas características en el plano emocional y de relaciones entre la pareja y entre ésta y los hijos. La formación de un espacio en donde se concentra la afectividad y la intimidad y en donde se presentan relaciones igualitarias ha sido, en efecto, identificado como algunos de los rasgos típicos de la familia nuclear moderna[37]. La afectividad antes desparramada entre los distintos parientes, los deberes —incluidos los afectivos— con respecto de los padres y la comunidad y el sometimiento a ellos se concentran así en el nuevo núcleo, en la pareja y en los hijos. El afecto y los deberes para con estos últimos ocupan un lugar central y privilegiado, y aquellos respecto de los parientes y la comunidad quedan en segundo plano —lo cual no significa su desaparición—. Sin embargo, en la sociedad colonial las tendencias individualizantes tuvieron un acotamiento muy preciso. En los estudios que se han hecho hasta el momento no hay indicios que indiquen que los indígenas, como tampoco los españoles y los otros grupos socio-raciales, tuvieran una concepción arraigada sobre la libertad individual y sobre el privilegio de la dimensión individual por encima de aquellas grupales y colectivas. En esta sociedad prevalecieron las concepciones comunitarias, aunque también es cierto que la dimensión individual adquirió mayor espacio y autonomía. Asimismo, la hipótesis sostiene que dicha concepción sobre el matrimonio favoreció la formación de relaciones más igualitarias entre los géneros, aspecto éste que debe ser rebatido con la evidencia de que dichas relaciones eran profundamente desiguales y se otorgaba un papel superior y prioritario a los varones. Por otra parte, la configuración de la familia nuclear como espacio en donde se concentra la intimidad, la sexualidad y la afectividad tiene que tomarse con reservas, dada la presencia de otras formas de unión como el amancebamiento. Asimismo, hay que considerar que el enlace eclesiástico no estaba instituido sino para la procreación y educación de los hijos, y no como un espacio de expresión y ejercicio del erotismo y la sexualidad en sentido amplio. En este aspecto, el amor conyugal puede considerarse como un sentimiento secundario, cuando no peligroso, para el buen funcionamiento de la relación conyugal, dado que el respeto y la obediencia eran de mayor trascendencia. El deseo carnal entre los cónyuges era francamente nocivo para la vida marital católica y una de las mejores oportunidades que tenían los esposos para perder sus almas. Por consiguiente, el débito conyugal se conformó como el único espacio restringido de la sexualidad[38]. Aunque la Iglesia trató de fomentar la formación de un espacio de intimidad y afecto en la familia, esto se fue dando de manera muy lenta y no fue sino hasta el siglo XIX, durante la época victoriana, cuando se presentó de manera importante.
Desde una perspectiva sociocultural, en el periodo colonial, entonces, no se desarrollaron relaciones familiares del tipo de la familia nuclear moderna tal y como se describió anteriormente. Sin embargo, podemos decir que la reglamentación sobre el matrimonio y su implementación tendió a delimitar un espacio familiar en donde se acotaron las relaciones de parentesco al núcleo familiar. Al poner el acento en los lazos entre la pareja y entre ésta y los hijos, dicha concepción contravino las tendencias poligámicas y de formación de linajes, pero en su interior presentó relaciones desiguales, jerárquicas y con un escaso nivel de individualización. En este sentido, la familia se nuclearizó o individuó con respecto a la red de parientes. Se nuclearizó con respecto al exterior pero internamente no presentó relaciones de tipo moderno.
La asimetría y desigualdad caracterizaban las relaciones que se daban entre la pareja y entre ésta y los hijos, y ello puede advertirse cuando se observa que, tanto en la concepción cristiana como en la civil, el matrimonio se basaba en un sistema patriarcal que se manifestaba en el ejercicio de la patria potestad por parte de los varones. La patria potestad daba ciertos derechos de autoridad a los hombres en su trato con las mujeres, negaba a éstas el derecho de administrar sus propiedades, de escoger su propio asentamiento o de poder tomar alguna responsabilidad personal dentro de su vida. Los varones tenían el derecho de disciplinar a las mujeres y éstas y los hijos debían someterse a su autoridad. Esperaban, así, una obediencia absoluta de sus esposas y los hijos y, en compensación, ellos les proveían de soporte, protección y dirección[39]. Otro ejemplo de las profundas desigualdades y autoritarismo en las relaciones familiares está representado por la reglamentación que hubo en las leyes españolas que se aplicaban en la Nueva España sobre el uxoricidio y por los casos que se presentaban a los tribunales sobre violencia doméstica[40].
Cuando analizamos las relaciones entre padres e hijos podemos observar, también, que no conformaban relaciones del tipo de familia nuclear moderna. En efecto, no sólo se caracterizaban por ser asimétricas a través del ejercicio de la patria potestad, sino que también el espacio y significado que asumía la niñez era muy acotado. El derecho civil y el canónico cerraban las puertas de la niñez y abrían las de la adultez con la posibilidad del matrimonio entre los doce y los catorce años para mujeres y hombres, respectivamente. La pubertad era una noción muy débil antes del final del siglo XIX, cuando la idea de la niñez se ensanchó considerablemente con la introducción de la educación a cargo del Estado[41]. La Iglesia, por su parte, trató de fomentar los deberes de cuidado para con los hijos, pero ello se presentó de manera diferencial en los grupos socio-raciales. De tal forma, en algunas ciudades como Antequera, hoy Oaxaca, se presentó la siguiente tendencia y es probable que en otras zonas urbanas así fuera: los hijos de españoles continuaban siendo hijos de familia hasta alcanzar la mayoría de edad, momento en el que tendían a abandonar el hogar. En cambio, los hijos de indígenas tendían a abandonar el hogar a una edad muy temprana —alrededor de los diez años—. Este abandono temprano es atribuible en parte a la práctica difundida entre los indígenas de enviar a sus hijos a otras casas como aprendices de algún oficio, como ha sostenido Rabell[42].
[1] Pilar Gonzalbo, Familia y orden colonial, México, El Colegio de México, 1998
[2] Lockhart citado en Robert McCaa, “Matrimonio infantil, cemithualtin (familias comple-jas) y el antiguo pueblo nahua”, Historia Mexicana, v. XLVI, n. 1, julio-septiembre, 1996, México p. 3-70; Lourdes Arizpe, Parentesco y economía en una sociedad nahua, México, Colección SEP-INI, 1973; Ignacio Ramírez y Fernando Pimentel, “Discusión sobre la aplicación de la teoría de Morgan para el estudio de los nombres de parentesco en las lenguas indígenas, (1873)”, en Nueva Antropología, México, año V, n. 18, 1982.
[3] Robert McCaa, “Tratos nupciales: la constitución de uniones formales e informales en México y España, 1500-1900”, en Gonzalbo Pilar y Cecilia Rabell (coords.), Familia y vida priva-da en la historia de Iberoamérica, México, El Colegio de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1996; “Matrimonio infantil, cemithualtin…”
[4] Pedro Carrasco, “La familia conjunta en el México antiguo: el caso de Molotla”, en Pilar Gonzalbo, (comp.), Historia de la familia, México, Instituto Mora, Universidad Autónoma Me-tropolitana, 1993.
[5] Alfredo López Austin, “La sexualidad entre los antiguos nahuas”, en Familia y sexualidad en Nueva España, México, SEP’s 80, Fondo de Cultura Económica, 1982.
[6] Ibidem, p. 152-155
[7] Ibidem; Monique Legros, “Acerca de un diálogo que no lo fue”, en Familia y sexualidad en Nueva España…
[8] Elsa Malvido, “Algunos aportes de los estudios de demografía histórica al estudio de la familia en la época colonial de México”, en Familia y sexualidad en Nueva España…
[9] Woodrow Borah y Sherburne F. Cook, “La despoblación en el México central en el siglo XVI”, en Elsa Malvido y Miguel Ángel Cuenya (comps.), Demografía histórica de México: siglos XVI-XIX, México, Instituto Mora, Universidad Autónoma Metropolitana, 1993.
[10] Woodrow Borah y Sherburne Cook, op. cit., p. 35-37; Elsa Malvido, “Algunos aportes de los estudios...”; Pilar Gonzalbo, Familia y orden colonial..., p. 123.
[11] Pilar Gonzalbo, ibid., p. 123.
[12] Elsa Malvido, “Algunos aportes de los estudios...”
[13] Pilar Gonzalbo, Familia y orden colonial
[14] Woodrow Borah y Sherburne Cook, Ensayos sobre historia…
[15] Ibidem; Deborah Kanter, “Viudas y vecinos, milpas y magueyes. El impacto del auge de la población en el Valle de Toluca: el caso de Tenango del Valle en el siglo XVII”, Estudios Demo-gráficos y Urbanos, v. 7, n. 1, enero-abril, 1992.
[16] Deborah Kanter, “Viudas y vecinos…; Francisco García, “Los muros de la vida privada y la familia: Casa y tamaño familiar en Zacatecas. Primeras décadas del siglo XIX”, Estudios Demo-gráficos y Urbanos, v. 7, n. 1, enero-abril, 1992.
[17] David Robinson, “Patrones de población: Parral a fines del siglo XVIII”, en Elsa Malvido y Miguel Ángel Cuenya (comps.), Demografía histórica de México...; A. Grajales, “Hogares de la villa de Atlixco a fines de la colonia: estados, calidades y ejercicios de sus cabezas”, en Pilar Gonzalbo (coord.), Familias novohispanas, siglos XVI al XIX, México, El Colegio de México, 1991; Cecilia Rabell, “Trayectoria de vida familiar, raza y género en Oaxaca colonial”, en Pilar Gonzalbo y Cecilia Rabell, Familia y vida privada...; y Deborah Kanter, “Viudas y vecinos…”.
[18] Elsa Malvido, “Algunos aportes de los estudios…”
[19] Pilar Gonzalbo, Familia y orden colonial...; A. Grajales, “Hogares de la villa de Atlixco…”; Deborah Kanter, “Viudas y vecinos…”.
[20] Pilar Gonzalbo, Familia y orden colonial…
[21] J. Hajnal, “European Marriage Patterns in Perspective”, en D. Glass y E. Eversley (eds.), Population in History, Londres, 1965, p. 101-143.
[22] Robert McCaa, “Tratos nupciales…”; Alfredo López Austin, “La sexualidad…”.
[23] Asunción Lavrín, “Introducción: el escenario, los actores y el problema”, en Asunción Lavrín (coord.), Sexualidad y matrimonio en la América hispánica. Siglos XVI-XVII, México, Conse-jo Nacional para la Cultura y las Artes, Grijalbo, 1991.
[24] Ibidem, p. 17-18.
[25] Idem.
[26] Ibidem, p. 18-19.
[27] Patricia Seed, “La narrativa del Don Juan: el lenguaje de la seducción en la literatura y la sociedad hispánicas del siglo XVII”, en Pilar Gonzalbo y Cecilia Rabell (comps.), La familia en el mundo iberoamericano, Instituto de Investigaciones Sociales UNAM, México, 1994; Juan Javier Pescador “Entre la espada y el olvido: pleitos matrimoniales en el provisorato eclesiástico de México, siglo XVIII”, en Gonzalbo Pilar y Cecilia Rabell (comps.), La familia en el mun-do iberoamericano…
[28] Robert McCaa, “Tratos nupciales: la constitución de uniones…”;Juan Javier Pescador, “La nupcialidad urbana preindustrial y los límites del mestizaje: características y evolución de los patrones de nupcialidad en la Ciudad de México, 1700-1850”, Estudios Demográficos y Urbanos, v. 7, n. 1, enero-abril, 1992.
[29] Asunción Lavrín, “Introducción: el escenario, los actores…”.
[30] Ibidem; Robert McCaa, “Tratos nupciales: la constitución de uniones…”.
[31] Pedro Carrasco, “La transformación de la cultura indígena durante la colonia”, Historia Mexicana, v. XXV, n. 2, oct.-dic., 1975, p. 175-203.
[32] Serge Gruzinski, “Individualización y aculturación: la confesión entre los nahuas de México entre los siglos XVI y XVII”, en Asunción Lavrin (coord.), Sexualidad y matrimonio en la Amé-rica hispánica…
[33] Monique Legros, op. cit.; Pilar Gonzalbo, “’La familia y las familias en el México colonial”, en Estudios Sociológicos, v. X, n. 30, septiembre-diciembre, 1992, p. 693-712.
[34] Serge Gruzinski, op. cit., p. 120.
[35] Juan Javier Pescador, op. Cit.
[36] Serge Gruzinski, op. Cit.
[37] Lawrence Stone, op. cit., Talcott Parsons y Robert Bales (eds.), Family, Socialization…
[38] Juan Javier Pescador, “Confesores y casaderas: la nupcialidad subyacente en la ética matrimonial de la Iglesia novohispana”, Estudios Demográficos y Urbanos, v. 3, n. 2, mayo-agosto, 1988, p. 291-324.
[39] Richard Boyer, “Las mujeres, ‘la mala vida’ y la política del matrimonio”, en Asunción Lavrin (coord.), Sexualidad y matrimonio en la América hispánica...; Sonya Lipsett-Rivera, “La violencia dentro de las familias formal e informal”, en Pilar Gonzalbo y Cecilia Rabell (coords.), Familia y vida privada en la historia de Iberoamérica, México, El Colegio de México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1996.
[40] Sonya Lipsett-Rivera, “La violencia dentro de las familias formal e informal”, en Pilar Gonzalbo y Cecilia Rabell (coords.), Familia y vida …; Juan Javier Pescador, “Del dicho al hecho: uxoricidios en el México central, 1769-1820”, en Familia y vida…
[41] Asunción Lavrín, “Introducción: el escenario, los actores…”.
[42] Cecilia Rabell, “Trayectoria de vida familiar, raza y género en Oaxaca colonial”, en Pilar Gonzalbo y Cecilia Rabell, Familia y vida privada…